sábado, 5 de julio de 2008

EL REINO DAEYSY

El cuento que pongo abajo, lo escribí ya algún tiempo, y luego lo rediseñé y lo metí a concurso en la Universidad Pedagógica de El Salvador, en el 2008; ganando con él, el segundo lugar. Espero tengan la paciencia de leerlo y sea un poco conocido este cuento en el que me divertí tanto escribiéndolo (que es esa la principal gracia de escribir). A la izquierda está la foto, que tuve que comprimir, en donde estoy recibiendo el premio; a la derecha la de los ganadores, que de siniestra a diestra y respectivamente los premios, son: Henry Arias; Ayax Miuler; Marco Tulio Escobar.



EL REINO DAEYSY
Su defecto mayor era ser la más hermosa de los tres reinos que quedaban a la redonda. Varios príncipes hacían alardes de sus posesiones con ajorcas recamadas de pedrerías. Entre ellos, uno que traía un collar con doce piedras preciosas que componían el ánimo según el mes y el signo: el Granate que daba la virtud de la constancia, el Amatista que lo volvía a uno sincero, el Aguamarina Heliotropo que daba el coraje para tomar buenas decisiones, el Diamante que mostraba todavía la inocencia en ojos de Daeysy, y así ocho más que simbolizaban el Amor, el Éxito, la Longevidad, la Felicidad en el matrimonio y en la soltería, el Juicio sereno de todo el que quiere reinar con justa justicia, la Esperanza y la Fidelidad, y la propuesta de una nueva Bienandanza en el recién establecido reino.
Y presentáronse ante sus padres, que no eran más que dos grandes estatuas de nuevos dioses, y mostrando el poder que no podían con su propia hermosura porque carecían de ella ante Daeysy, llevaban elefantes selectos y exquisitos en pedrerías robustas y finas que cargaban las posesiones de antiguos faraones, entre ellos un príncipe que alardeaba de una parte de sus reservas que escapó a la maldición de Tutankamón.
De tal suerte vinieron bienaventurados y desvalidos de toda la Tierra a ver a la princesa que aseguraban ciertas leyendas, no podía ser conquistada por gente ni de la Tierra ni del cielo ni de otro planeta; mas algunos pensaban que vendría de un reino que no era de este mundo, sino hasta ciertos creyentes en las leyes de Dios aseguraban que venía de un inframundo en donde la luz es tan escasa que ella era la que podía estar sosteniendo tal luz en la Tierra, y al haber dejado a sus súbditos desvalidos y desgraciados todos, en un reino desreinado, les aumentaba el sufrimiento de no poder verla siquiera. Tal era su belleza que nadie podía describirla por no encontrar cosas posibles en la Tierra que se asemejaran siquiera.
Hasta los poetas más porfiados pasaban semanas de insomnios por tratar de escribir el poema épico que los llevara a la gloria con ella. Se supo de unos que perdieron su quicio, de otros tantos suicidios con el filo de las hojas de papel de aquellos que intentaron escribir con sangre y con lágrimas, y de uno al que le brotaron flores en las manos, abrojos en las plantas de los pies que le sacaban una inspiración a cada paso, alcatraces en las orejas y flores de loto en la garganta y los ojos y el corazón, y rodeada su sien de un escaramujo espinoso a manera de laureles. Dejándolo inútil para la escritura y volviéndolo la mayor atracción de un circo barato de feria en donde lo crucificaban cada noche, entre otras cosas porque no querían esperar a hacerlo cada dos mil años.
Así también a Daeysy se le atribuían dotes de curar con su belleza, con su mirada, con su sonrisa, con sus cabellos que parecían la cola de un cometa, y ni aún así lo parecían, y su voz aseguran tenía el poder de varias lenguas y dialectos olvidados y enterrados por los siglos y los astros, y por ello mandaba en una Tierra dividida en tres grandes potencias con tres magnos reyes que no podían ser gobernados por ellos mismos, sino, consultaban los astros con sus almohadas y sus astrólogos, y éstos con sus maestros y éstos últimos con la Regente, no por excelencia, antes bien por su belleza, de la Tierra cada vez más triangular: su mayor deidad que por más humana que pareciera no parecía de este mundo.
Era la Tierra una gran jaula con tantas maldades y de tales proporciones como la belleza de Daeysy. Su voz a ratos era dulce como una sinfonía y fuerte como el trueno, o al menos se le asemejaba. Bueno, mejor dicho no. Y como unos afirmaban, no venía de un inframundo, ni de un supramundo celestial conocido y establecido por las leyes de esta galaxia, sino del Planeta Daeysy.
***
En verdad, el destino de Daeysy en la Tierra fue inconscientemente trazado por Ethele, en el planeta que él llamó “RD-15-16-42”, que con verdad era el planeta más próspero de Andrómeda, y ésta última era la madre que concibió la mayor deidad y su mejor creación: Daeysy. Gobernadora desde los tres años de todos los habitantes que su madre le dejó en encomienda: velar por el perfecto desarrollo de un nuevo planeta en una nueva galaxia.
A los quince niños que poseía a su cargo les delegó los puestos más importantes y difíciles. A las dieciséis mujeres los puestos más afanosos y amorosos, entre ellos cuidar a los quince niños custodiados por 15 hombres y ofrecer el culto adecuado para Daeysy; guiados por un sacerdote dotado de poderíos limitados por ella. Todos eran mantenidos al margen de una historia de su génesis. Y los niños que eran escribanos con todas y las mejores caligrafías de la galaxia escribían cuentos infantiles y unos pocos sagrados de inspiración aparentemente propia, y que Daeysy, en su vanidad y su celo, creyó que unos cuantos apaciguarían su ignorancia de ellos y no harían daño. Bajaba a departir, dándoles la mano y el pecho y la sonrisa en forma de consuelo a sus veintisiete hombres, esclavos libres que salvaguardaban a los que se dedicaban a mantener el templo y al planeta Daeysy en su eje de armonía.
Entre los súbditos de Daeysy estaba Tutankamón, el más sabio, el más antiguo, el más feo, por ser el primer ser que creó su diosa, y por lo mismo tenía la nariz más angulosa y desproporcional de entre los hombres, que algunos hasta aseguraban era solo narices hasta para los sentimientos. Así, cuando Daeysy bajó la noche de la celebración de su luna quinceava y culto a su madre Andrómeda y, vestida con su túnica preferida hecha de hojas de diamante, abrazó a todos los niños, mujeres y hombres entre ellos a Tutankamón, quien profesó cómo le cambio el olor parecido a la mirra, que era el olor peculiar y celestial de su diosa, a un olor a flores que nacen entre los fangos del planeta Daeysy. La diosa, en tal abrazo, presintió un olor a azufre de purificación, que no era de ella ni de sus hermanos, y visualizó, aún borrosa, la sombra de Ethele. Éste, quien después de haber estudiado en las mejores universidades del planeta Tierra, que al final le resultó absurdo, se autoexilió en los Himalaya, no precisamente en el Tíbet, sino estableció su laboratorio secreto que ya tenían identificado las grandes potencias de la Tierra, esperando a cuál de ellas les vendería su mayor creación destructora: su bomba tetra-atómica. Que consistía en provocar la liberación de cuatro núcleos atómicos de hidrógeno que acabarían con el planeta, o al menos destruirían la mitad enemiga, según el que pagara la suma desproporcional, similar a la fortuna de Tutankamón. Ninguna potencia podía pagar tal patrimonio, porque la economía y la política ya no eran fuertes para dominar a los habitantes de la Tierra.
Se cansó de tener una bomba que nadie podía pagar y de una fortuna que no podría disfrutar cuando la detonaran. Transcurrieron los años de hambruna, miseria e incredulidad cuando terminó una nave treinta y tres veces más rápida que la velocidad de la luz y que podía reducirse, cuando se le antojara, al tamaño de un Celular nanotecnológico. Y ocurrió que dejó el reloj de la bomba tetra-atómica en cuenta regresiva, así cuando ésta explotara él estaría a 594 millones de kilómetros de distancia de la Tierra y con rumbo a su mayor ambición: Andrómeda.
***
Tal cual mudaban las palabras en hechos del libro de Andrómeda, diosa de la galaxia con el nombre mismo, cuando desde su ventana sideral se entrometía en los afanes de Tutankamón, cuando éste tuvo el mejor reino en la Tierra, y su pueblo conoció la paz por más tiempo que otras civilizaciones; gozó la fortuna de establecer su reino en el desierto, tener las mejores riquezas talladas por artesanos venidos de otros mundos, dominar las lenguas que quisieran con solo pensarlas y edificar pirámides que armonizaran con las estrellas de Andrómeda, que la tenía a su lado, y él le llamaba Isis.
Cuando Tutankamón murió divagó varios siglos por la galaxia de Ors hasta esperar el proyecto que Andrómeda estaba por realizar, según las profecías de sus astrólogos, filántropos y filólogos, y la orientación que dieron a sus pirámides. Ansiaba la vida, y a su muerte quiso llevar consigo todas las riquezas para establecer su reino en la galaxia que Isis le prometiera, esto puso celosa a Andrómeda por sentir que Tutankamón se olvidaba más de ella y le atribuía nuevas deidades a Isis, creando él otra diosa para sí. En venganza Tutankamóm fue a parar como el hombre más desvalido del planeta Daeysy: así cuando ésta creaba su primer hombre a los tres años, le salió antiestético, y con una nariz angulosa que sería su virtud cuando ella le diera el soplo de vida y él conspirara contra ella cuando le diera un falso abrazo. Fue su madre quien a escondidas introdujo el alma de Tutankamón dentro de aquella figura bufonesca que nadie envidiaría, y que sin embargo respetarían por tener un talante de faraón venido quizá, decían ellos, “de la Gran Nube de Magallanes.” Era el único dominado por su madre, y esto fue creando un resentimiento que Daeysy supo esconder muy bien como le había enseñado su padre, devorado por Andrómeda en un momento de cólera.
Andrómeda ideó los agujeros negros y las nebulosas de misterio. Las segundas como mera distracción y para ocultar ciertos tesoros que no serían revelados hasta que los astrónomos se cansaran de estudiarlas, se volvieran locos y pudieran dar fe y testimonio con una camisa de fuerza desde una institución para casos perdidos de intelectuales. Los agujeros negros para todos los hijos a los que les regaló galaxias y éstos las echaron a perder; era como una especie de refinería para separar los componentes planetarios mediante los procesos químicos etéreos según les enseñó Thor, y moldearlos nuevamente en un juego interminable de hacer y deshacer y rehacer.
***
Tutankamón divisó en las noches de lamento que aumentaban su fealdad, el aterrizaje forzoso y casi un estrello de la nave de Ethele. Quien después de hacer unos ajustes se la guardó en la bolsa trasera de su pantalón cósmico que soportaba la explosión de meteoritos contra su persona, y que al final quedaba éste como un astronauta de brillantina cuando la luz color azogue se descomponía en colores contra su traje. Entonces Tutankamón fue atendido a expensas de Andrómeda por Isis, los ruegos que todas las noches hacía con tristeza cuando recordaba lo dichoso que fue en la Tierra. Y ese fue el preciso instante en que divisó a Ethele tal como las profecías de su diosa se lo habían anticipado: vendrá un hombre que refracta la luz y estará 33 segundos antes que ella, y su transporte se reducirá al tamaño de un Celular Nanotecnológico, viene del planeta en el cual estuvimos juntos ya hace milenios, y ahora está reducido a un planeta triangular, obra del mismo visitante.
Y sucedió que las palabras se repetían en imágenes mientras él contemplaba al nuevo iluminado, y como quien espía a los dioses por un agujero celestial y único, se le vio una sonrisa muy semejante a la hermosura, y se le arrimó como el feligrés más humilde del planeta del cual no quería ya mencionar nombre. Con una rodilla en carne viva, con las manos suplicantes y cabizbajo y servicial, al momento que las extendía rozando el suelo con el dorso de las manos, mostrando amplitud de regodeo, dijo: bienvenido y bienamado sea mi señor Ethele. Éste sólo logró asombrarse, por una fracción de luz que empezaba a refractarse en su traje, y luego aprovecharse de tener el poder que no tuvo en la Tierra. Mas Tutankamón sabía cómo subyugar a un humano alabándole las cosas que no ha hecho ni hará bien. Y comentó el problema de su ahora planeta, al que alabó como un dios de sus tiempos inmemoriales. Con justa razón suplicó un génesis que explicara el motivo de la vida en el planeta tan desprovisto de dios y gobernado por una diosa que cambiaba su ánimo ante ciertos súbditos. Lo puso de igual a igual con un dios con tantas marrullerías; como decirle “Oh, Gran Ethele, conocedor de las constelaciones de Perseo, Casiopea y Cefeo”, y atribuirle que fue él el creador de la estrella Deneb, la estrella más brillante de la constelación del Cisne, hasta adjudicarle el último acontecimiento de la explosión de una supernova. En esto último Ethele se sintió magnánimo por pensar que se refería a la explosión de la Tierra, que él pensaba destruida hasta su núcleo.
Tutankamón entre sus otras muchas virtudes tenía la de la retórica, y fue la que le valió para al día siguiente convencer la llegada de un profeta que los niños habían escrito en los pocos libros sagrados que tenían, y todos subordinados a una ignorancia fueron cayendo como peces en las mallas del pescador de hombres, mujeres y niños para la conspiración más grande nunca antes vista en el Planeta Daeysy por Daeysy desde los tres años.
Y consistió la táctica en la creación de una historia propia en la que Ethele, como conocedor del universo, debía investigar con harta paciencia el origen de sus habitantes que él llamó desde el primer censo “RD-15-16-42”; compuesto respectivamente por niños, mujeres y hombres. Pero Ethele hastiado de tantos métodos investigativos que no le sirvieron en la vida pura y dura, se encerró en su cápsula acuática a prueba de ruidos que sacó de su bolsillo derecho, y digitó en unos cuantos nanosegundos (una semana) siete mil páginas que fueron proyectadas en grandes pliegos de diamantes para el caso especial en que se dio un carnaval como nunca, porque ese nunca era el primero. Se devoraron las siete mil páginas en cuatro años, (48 segundos) y tardaron otros cuatro en crear armas nanotecnológicas para volverse rivales: aqueos y troyanos, ingleses y franceses, españoles y cubanos, moros y cristianos (no sin antes hacer un pequeño carnaval como nota introductoria a la batalla), norteamericanos y rusos, chinos y alemanes. Tan idénticas a las tragedias de un planeta que estaba en su etapa de regeneración triangular. Y era exacto, porque Ethele ideó su gran quimera escribiendo la historia de la Tierra por las guerras, y entre ellas además reiteraba la disputa de los dioses por ganar guerras con peones como en un ajedrez infinito en el planeta que no conocía, armándose un despelote que retumbaba incluso en los tribunales más altos en que ya se discutía el porvenir del planeta Daeysy.
***
Y fue entonces que El Reino Daeysy vino a parar a la Tierra que se regeneraba en una forma y orbita triangular después del fogonazo de la bomba de Ethele, y después de que Daeysy fuera desterrada de su planeta devorado por un agujero negro más que su madre tenía en las reservas. Fue proscrita, por los altos tribunales de los dioses, a La Gran Nube de Magallanes, no obstante no quiso perder su fuero o libre albedrío y tomó rumbo cauro por la hiperespacial a la Tierra, de la cual ya sabía su decadencia. Ethele mientras tanto fue condenado: a errar por todo el universo en su nave, concediéndosele para esto, como castigo, la eternidad, porque argumentaron ciertos dioses que fue el único que les llegó a las rodillas con la ciencia. Deteniéndose en las nebulosas de misterio, nada más a recargar hidrógeno.
Nadie vio a Daeysy bajar del cielo ni salir de entre la tierra ni las aguas. Sencillamente con sus ya limitados poderes (rebajada por su madre a semidiosa) y su belleza indescifrable estableció un reino en el centro de la Tierra, teniendo así la potestad de los tres puntos cardinales y potencias que cambiaban según su orbita alrededor del sol.
Ninguno se tomó las molestias de averiguar su origen, por haber quedado idiotizados por una belleza jamás vista desde la creación del mundo. Y esto solo era táctica de la nueva “Potestad”, por ya saber que entre los desiertos de ya hace milenios existió un reino y una persona que le recordaban al que demolió el suyo: “¡Tutankamón!”. Lo decía con coraje y celos cada noche, con la intención de vengarse de a poco hasta conseguir la destrucción total de su establecido reino temporal, sabido solo por ella.
Entonces empezaron a llegarle vanidades de los tres vértices de la Tierra, con lo que ella ya tenía exquisitamente planeado todo un árbol genealógico para una destrucción en cadena. Reino todavía cuestionado arduamente por el Vaticano. Que no les importó a los terrestres que ya empezaban de nuevo imperios con reyes y reinas y príncipes y princesas, y esclavos por supuesto.
Y ante todo tipo de riquezas y necesidades superfluas, razas y credos, mañas y martingalas, titiriteros y bufones, poetas y antipoetas: estaba a punto de decidirse por el príncipe de las doce piedras astrológicas, cuando se apersonó a ella un príncipe de facciones y voz bellas, imberbe pero sabio y que se acercaba a centímetros en belleza a la “Omnipotencia” que alaba apoyado en una rodilla, y con artilugios y sortilegios para la oratoria, supo encontrar el climax de la sonrisa en su futura esposa para mencionar que poseía parte de las riquezas que escaparon a la maldición de Tutankamón. Ella, sin titubeo, y diciendo para sus adentros que completaría los planes traídos de su planeta de origen, aceptó.
El nombre del príncipe era Nomaknatut, que quiere decir: Tutankamón que estuvo, se fue y volvió a la Tierra.
Medianamente Daeysy pudo darse cuenta de lo que sobrevenía en el Himalaya en donde establecimos una sucursal de su reino, cuando yo, Nomaknatut, ya le daba tres dosis de torturas diarias a manera de cuentagotas, teniendo todavía tanto mar para hacerlo. Hasta que me alcanzó y me sobró para su descerebración.
Yastayí.-
Santa Ana, 2008.-

3 comentarios:

p, leiva dijo...

DON AYAX ES UN GUSTO SALUDARLE NUEVAMENTE ESPERO QUE SE ENCUENTRE MUY BIEN POR QUE DEJEME DECIRLE QUE EN EL COLEGIO TODAS LO RECORDAMOS CON MUCHISIMO AMOR , ESPERAMOS QUE SIEMPRE MANTENGA LA ALEGRIA QUE LO CARACTERIZABA , TAMBIEN DEJEME FELICITARLE POR EL CUENTO DAEYSY ESTA PRECIOSO , DESDE MI PUNTO DE VISTA USTED SE MERECIA EL PRIMER LUGAR , LO QUEREMOS MUCHO,
FELICIDADES Y BENDICIONES

ATTE,
P.LEIVA

Unknown dijo...

buenísimo profe, me gustó mucho este cuento.
Espero que siga escribiendo con esta genialidad, pues sería interesante leer mas de sus creaciones.

galaxiayax dijo...

Gracias por el positivo comentario; y sí intentaré superarme a mí mismo en la escritura...